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martes, 25 de junio de 2013

La bondad de la viudez

LA BONDAD DE LA VIUDEZ

Traductor: Lope Cilleruelo, OSA

Revisión: José Rodríguez Díez, OSA

Agustín obispo, siervo de Cristo y de los siervos de Cristo,
a la religiosa sierva de Dios Juliana, salud en el Señor de los señores.

CAPÍTULO I
Exordio justificativo de la obra
1. Envuelto en muchas y gravísimas ocupaciones, me pongo a escribirte algo acerca de la profesión de la santa viudez para saldar mi deuda, por la promesa que te hice y por el amor que te debo en Cristo. Estando presente, me abrumaste con tus ruegos, y no pude negarme; pero luego no has cesado de recordarme por carta mi promesa. Cuando en este opúsculo halles algo que no se refiera a tu persona o a la de aquellas que vivís juntas en Cristo, no debes tenerlo por superfluo. Aunque el escrito va dirigido a ti, no fue escrito tan solo para ti, ya que he querido aprovechar la ocasión de ser útil también a otros por tu medio. Si hallares algo que nunca fue para vosotras necesario o ya no lo es, pero vieres que lo es para otras, guárdalo y dalo a leer, para que así tu caridad sea de utilidad.
Doble división de la obra: doctrina y exhortación
2. En los problemas que atañen a nuestra vida y costumbres, no basta la doctrina, sino que es necesaria también la exhortación. Por la doctrina conocemos lo que debemos hacer. ¿Y yo qué te podré enseñar sino lo que leemos en el Apóstol? Porque la Sagrada Escritura ha fijado las normas de nuestra doctrina para que no osemos saber más de lo que conviene saber, sino que, como el mismo Apóstol dice, sepamos con mesura, según el grado de fe que a cada uno le haya asignado el Señor 1. No voy, pues, a enseñarte otra cosa sino a exponerte las palabras del Doctor apostólico y a discutirlas según me lo permita el Señor.
CAPÍTULO II
Precisión terminológica paulina sobre estados de vida
3. Dijo, pues, el Apóstol, doctor de los gentiles, vaso de elección 2: digo yo a las solteras y viudas que es un bien para ellas el permanecer así, como yo mismo 3. Entendamos esa frase de modo que también a las viudas les convenga el calificativo de solteras, aunque primero fueron casadas; con ese nombre de solteras designa a las que de hecho son libres, aunque antes no lo fueran, como aparece en otro lugar, donde distingue la mujer soltera y la virgen 4. Al decir virgen, ¿qué quiere decirsoltera sino viuda? Después comprende ambas profesiones con el solo término de solteras, diciendo:la mujer soltera se preocupa de las cosas que son del Señor, cómo ha de agradar a Dios; en cambio, la casada se preocupa de las cosas que son del mundo, cómo ha de agradar al marido 5. Por soltera no quiere entender tan solo a la que nunca se casó, sino también a la que por su viudez ha quedado libre del vínculo de las nupcias y ha dejado de ser casada; casada llama tan solo a la que tiene marido y no a la que lo tuvo y lo perdió. Por eso, toda viuda es soltera. Mas como no toda soltera es viuda, pues las hay que son vírgenes, puso los dos nombres, diciendo: digo yo a las solteras y viudas; como si dijera: Lo que digo a las solteras, se refiere no tan solo a las vírgenes, sino también a las viudas: es un bien para ellas permanecer así, como yo mismo 6.
CAPÍTULO III
La bondad de la continencia viudal es mejor que la del matrimonio
4. Si tienes fe, o, mejor, porque tienes fe, mira que esto es un bien para ti comparándolo con el bien que el Apóstol llama suyo. Breve es esta doctrina, y no hemos de desdeñarla por ser breve, sino que hemos de retenerla con mayor amor y facilidad, porque en su brevedad es preciosa. No recomendaría aquí un bien cualquiera, pues lo antepone sin vacilación a la fe de las casadas. Qué gran bien sea la fe de las casadas, esto es, de las cónyuges cristianas y religiosas, podemos colegirlo. Hablando el Apóstol de evitar el adulterio, al dirigirse a los casados, dice: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? 7 Luego es tan grande el bien del matrimonio fiel, que hace a los casados miembros de Cristo. El bien de la continencia viudal es mejor todavía, pero la profesión no puede hacer que la viuda católica sea algo más que miembro de Cristo, sino que tenga un lugar superior al de casada entre los miembros de Cristo. Porque dice el mismo Apóstol: Así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros tienen las mismas funciones, del mismo modo, los muchos somos uno en Cristo, y tenemos diversos dones según la gracia que se nos ha donado 8.
Débito conyugal recíproco
5. Asimismo, al advertir a los cónyuges que no se nieguen recíprocamente el débito de la unión sexual, no sea que uno de ellos, al negársele el débito, se sienta tentado por Satanás y caiga en adulterio, dice: Esto os lo digo como concesión, no como obligación, pues desearía que todos fueran como yo; pero cada uno recibe de Dios su carisma; unos uno y otros otro 9.
CAPÍTULO IV
El matrimonio-sacramento justifica concupiscencias inmoderadas
Bien ves que la pureza conyugal y la fe matrimonial del tálamo cristiano es un don, un don de Dios. De tal modo que, aunque la concupiscencia carnal se exceda en su ejercicio más allá de lo que pide la necesidad de engendrar hijos, no se ha de reputar como un mal, sino como digno de condescendencia por el bien de las nupcias. No hablaba el Apóstol del casamiento que se realiza con el fin de engendrar hijos, en la fe de la pureza conyugal y en el sacramento del matrimonio, indisoluble mientras ambos cónyuges vivan; hablaba del inmoderado uso del matrimonio, que se reconoce en la debilidad de los cónyuges y se perdona en gracia al bien de las nupcias, cuando decía: Esto digo como concesión, no como obligación 10. Dice asimismo: La mujer está ligada mientras viva el marido; si el marido muere, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Más feliz será si permanece así, conforme a mi consejo 11. Al hablar de este modo, evidencia que la mujer fiel que se vuelve a casar después de muerto su marido es feliz en el Señor, pero que la viuda es más feliz en el mismo Señor. Esto significa, citando las Escrituras no solo con palabras, sino también con testimonios, que Rut 12 es feliz, pero que Ana 13 es más feliz.
La profesión de viudez no condena segundas nupcias
6. Por tanto, debes saber, ante todo, que por ese bien que tú has elegido no se condenan las segundas nupcias, sino que se les concede un honor inferior. Así como el bien de la santa virginidad, que ha preferido tu hija [Demetríade], no condena tus primeras bodas, así tampoco tu viudez condena las segundas. Los herejes catafrigas y novacianos se crecieron; y Tertuliano les llenó aún la boca de ruido, no de sabiduría, cuando condena las segundas nupcias con diente venenoso, puesto que el Apóstol con mente sobria afirma que son lícitas en absoluto. No te dejes apartar de esta sana doctrina por discusiones de nadie, docto o indocto. No defiendas tu propio bien de manera que lo que no es malo, lo denuncies como malo en otros. Gózate en tu bien tanto más cuanto que ya ves que con él no solo evitas los males, sino que superas algunos bienes. Los males a que me refiero son el adulterio o la fornicación.
CAPÍTULO V
Buena la opción matrimonial, mejor la viudal
De estos males queda muy lejos la que se compromete con un voto libre, y hace no por imperio de ley, sino por consejo de caridad, que ya no sean lícitas cosas que antes lo eran. Un bien es la pureza conyugal, pero un mayor bien es la continencia vidual. Este mayor bien queda honrado al subordinársele el otro bien; pero este bien no queda condenado cuando se alaba al otro mayor bien.
Bondad bíblica del matrimonio
7. Cuando el Apóstol recomienda el fruto de los célibes y solteros, porque se preocupan de las cosas que son del Señor, cómo agradarán a Dios 14, continúa diciendo: Esto os lo digo para vuestro bien, no para tenderos un lazo, es decir, no para obligaros, sino mirando a lo que es honesto 15. Al decir que es honesto el bien de las mujeres célibes, no debemos pensar que por lo mismo es deshonesto el vínculo conyugal, pues en ese caso deberíamos condenar incluso las primeras nupcias, cuando ni los catafrigas, ni los novacianos, ni Tertuliano, su elocuente mantenedor, osaron declararlas torpes. Al decir digo a las solteras y viudas que les es bueno permanecer como yo 16, puso bueno por "mejor"; cuando comparamos una cosa con otra y decimos que es mejor que la buena, sin duda también es buena. Pues ¿qué significa mejor, sino más bueno? No saquemos la conclusión de que es un mal el volver a casarse porque el Apóstol dijo les es bueno permanecer como yo 17. Del mismo modo, cuando el Apóstol dice sino mirando a lo que es honesto, no quiere decir que el matrimonio sea deshonesto; recomendó con ese nombre general de honesto a lo que era más honesto que lo honesto. Pues ¿qué significa honestius sino lo que es más honesto? Sin duda, lo que es más honesto es honesto. Abiertamente declaró que un bien era mejor que el otro al decir: Quien casa a su hija, hace bien; y quien no la casa, hace mejor 18, y presentó una felicidad superior a la otra al decir: y más feliz será si permanece así 19. Quiso llamar honesto a lo que es más honesto que lo honesto, mejor que lo bueno y más feliz que lo feliz. Dios nos libre de llamar torpe a lo que presenta el apóstol Pedro diciendo: Maridos, honrad a vuestras esposas como a vaso más frágil y sumiso, como a coherederas de la gracia 20. Y exhortándolas a ellas a que sean sumisas a sus maridos, a ejemplo de Sara, dice: Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios, obedientes a sus maridos, como Sara obedecía a Abrahán llamándole señor; obrando bien y no cediendo a ninguna intimidación, vosotras os hacéis hijas de ella 21.
CAPÍTULO VI
Mayor entrega corporal y espiritual de las solteras a Dios
8. El apóstol Pablo dice que la soltera sea santa en cuerpo y espíritu 22. No ha de tomarse eso como si la casada fiel, casta y sumisa a su marido según las Escrituras, no fuese santa de cuerpo, sino tan solo de espíritu. No puede darse que sea santo el espíritu y no sea santo también el cuerpo utilizado por el espíritu santificado. Pero no parezca que me pongo a argumentar en lugar de demostrarlo por palabras divinas. El apóstol Pedro, al citar a Sara, dice tan solo las santas mujeres, y no menciona el cuerpo. Pero consideremos las palabras del mismo Pablo cuando prohíbe la fornicación, diciendo: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Tomando, pues, los miembros de Cristo, ¿los convertiré en miembros de meretriz? Dios nos libre 23. ¿Quién osará decir que los miembros de Cristo no son santos o separar de los miembros de Cristo el cuerpo de los cristianos casados? Y poco después dice: Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios. Y ya no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a un gran precio 24. Dice que los cuerpos de los cristianos son miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo, y, sin duda, quedan comprendidos los cristianos de ambos sexos. Luego donde están las casadas, allí están las solteras, pero se distinguen por sus méritos, como unos miembros son preferidos a otros, aunque ninguno queda separado del cuerpo. Por lo tanto, al decir que la soltera sea santa de cuerpo y de espíritu 25, quiere dar a entender una mayor santificación corporal y espiritual en las solteras, pero sin privar de la santificación el cuerpo de las casadas.
Bondad de la viudez, más excelente que la conyugal
9. Aprecia, pues, tu bien. O, más bien, recuerda que has aprendido a apreciar más tu propio bien porque hay otro bien inferior al tuyo, y no como si no pudiese ser un bien el tuyo si el otro no fuese un mal o fuese algo. Los ojos corporales tienen un honor muy grande; éste sería menor si ellos solos existieran y no hubiese otros miembros inferiores en el honor. En el mismo cielo, el sol supera a la luna por su luz, no la vitupera; y una estrella se distingue de otra por su gloria 26, sin apartarse de ella con soberbia. Dios hizo todas las cosas, y he aquí que eran muy buenas 27. No solo buenas, sino muy buenas; y no por otra razón, sino porque lo eran todas. De cada una de ellas había dicho y vio Dios que era buena. Pero cuando las nombró a todas añadió el muy y dijo: vio Dios todas las cosas que hizo, y he aquí que eran muy buenas 28. Porque algunas eran mejores que otras, pero juntas eran mejores que cada una por separado. La doctrina sana de Cristo te dé la salud en su cuerpo mediante su gracia; que este espíritu tuyo que domina al cuerpo no pregone con insolencia o juzgue con ignorancia el bien espiritual y corporal que tienes, mejor que el de las casadas.
En la antigua ley las santas mujeres se casaban por obediencia
10. Llamé a Rut virtuosa y a Ana más virtuosa porque aquélla se casó dos veces y ésta quedó muy pronto viuda, y así vivió durante muchos años; pero no concluyas que tú eres mejor que Rut.
CAPÍTULO VII
Mejor viudez que bigamia
Porque en los tiempos proféticos tenían dispensa las santas mujeres: se veían obligadas a casarse por obediencia y no por concupiscencia para que se propagase el pueblo de Dios y fuesen enviados por delante los profetas de Cristo; el mismo pueblo del que había de nacer la carne de Cristo no era otra cosa que profeta de Cristo en todas aquellas cosas que le acaecían en figura 29, ya en la persona de los que las sabían interpretar, ya en la de los que no sabían. Para que se propagase el pueblo, la sentencia de la ley declaraba maldito al que no propagase el linaje de Israel 30. Por eso, las santas mujeres se encendían no en el apetito carnal, sino en la piedad de dar a luz; con razón podemos creer que no hubiesen buscado la unión sexual si los hijos pudieran venir de otro modo.
También a los varones se les permitía tener muchas mujeres. Pero la causa no era la concupiscencia de la carne, sino la providencia de la generación, como se comprueba advirtiendo que, si a los santos varones se les permitía tener muchas mujeres, no se les permitía a las santas mujeres tener varios maridos; hubiesen sido tanto más ruines cuanto más hubiesen apetecido lo que no las hacía más fecundas. He ahí por qué la virtuosa Rut, al carecer de la descendencia que era necesaria en Israel, buscó otro marido de quien recibirla al morírsele el primero. Se casó, pues, dos veces. Pero era más virtuosa la viuda Ana, que solo tuvo un marido, porque mereció ser profetisa de Cristo. No tuvo hijos, o por lo menos la Escritura lo dejó sin declarar; hemos de creer que previó que Cristo iba a nacer de una virgen con el mismo Espíritu con que pudo reconocerle cuando era niño. Con razón, pues, rechazó las segundas nupcias aunque carecía de hijos, si es que carecía de ellos; veía llegado el tiempo en que se serviría a Cristo no con la obligación de parir, sino con el afán de contenerse; mejor con la castidad de las costumbres viudales que con la fecundidad de las entrañas conyugales. Ahora bien, si es que Rut conoció que por su carne se propagaría el linaje del que Cristo había de tomar su cuerpo, y casándose se puso al servicio de ese conocimiento, ya no me atrevo a asegurar que la viudez de Ana fuese más virtuosa que la fecundidad de Rut.
CAPÍTULO VIII
En la nueva ley es mejor renunciar a las segundas nupcias, salvada la incontinencia.
El matrimonio actual es remedio de debilidad y consuelo de compañía
11. Tú, que ya tienes hijos y vives en el fin del tiempo, en el que ya no es hora de desparramar piedras, sino de recogerlas; no de abrazos, sino de abstenerse de ellos 31, recuerda que el Apóstol clama: Esto digo, hermanos: el tiempo es breve; solo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran 32. Si en estas condiciones apetecieras las segundas nupcias, no darías indicios de obsequio a la profecía y a la ley, ni siquiera de deseo carnal de tener hijos, sino solo de incontinencia. Harías lo que advierte el Apóstol, al decir: Bueno es para ellos [solteros y viudas] si permanecen como yo, añadiendo a continuación: Pero si no pueden contenerse, cásense, más vale casarse que abrasarse 33. Esto dijo para que el mal de la libido desenfrenada no se precipite en la impureza de las perversidades, cuando puede canalizarse en la honestidad de las nupcias.
Demos gracias a Dios, porque, aunque no quisiste ser virgen, diste a luz a quien lo es; la virginidad de tu hija ha compensado el menoscabo de tu virginidad. La doctrina cristiana, si la interrogamos con diligencia, nos contesta que en este tiempo incluso las primeras nupcias han de desdeñarse si no obsta el impedimento de la incontinencia. Pues el que dijo: Si no pueden contenerse, cásense, pudo haber dicho también: si no tienen hijos, cásense, suponiendo que fuese obligatorio el oficio de propagar los hijos carnales después de la resurrección y predicación de Cristo, como lo era en los primeros tiempos; cuando en todos los pueblos hay tanta abundancia de hijos, han de ser espiritualmente engendrados. Y cuando el Apóstol dice: Quiero que las más jóvenes [viudas] vuelvan a casarse, tengan hijos y gobiernen la casa 34, recomienda el bien de las nupcias con sobriedad y autoridad apostólicas; pero no impone, por complacer a la ley, obligación de tener hijos a las jóvenes que comprenden el bien de la continencia.
En fin, manifiesta por qué habla así cuando añade: Para que no den al enemigo ocasión de escándalo, porque ya hay algunas que se han extraviado en pos de Satanás 35. Con estas palabras nos da a entender que quiere que se casen: podrían contenerse mejor que casarse, pero mejor es que se casen y no vayan en pos de Satanás; esto es, miren atrás y caigan y se desmorone aquel su excelente propósito de castidad virginal y vidual.
Por ende, las que no se contienen, cásense antes de profesar continencia, antes de hacer votos a Dios, ya que, si no los cumplen, con justicia son condenadas. En otro lugar dice de esas tales: Una vez que las pasiones las alejan de Cristo, quieren volver a casarse, haciéndose culpables por haber faltado a la primera fe 36; es decir, de su propósito de continencia han torcido la voluntad hacia las bodas; faltaron al primer compromiso, porque antes prometieron lo que después se negaron a cumplir con perseverancia. El bien de las nupcias es siempre un bien; pero en otro tiempo, en el pueblo de Dios era obediencia a la ley, mientras que ahora es un remedio a la debilidad, y en algunos casos consuelo de humanidad. No hay que condenar en el hombre la inclinación cuando quiere engendrar hijos, no al estilo de los perros, que se valen de cualesquiera hembras, sino dentro del honesto orden conyugal. Sin embargo, le supera en excelencia el ánimo cristiano, que piensa en las cosas celestiales 37.
CAPÍTULO IX
Con voto de continencia es culpable hasta el deseo de casarse,
por incumplimiento del compromiso, no por condena del matrimonio
12. Dijo el Señor: No todos entienden esta palabra. Por eso, la que pueda entender, entienda 38; la que no se contenga, cásese 39; la que no se ha decidido, delibere; la que ya se ha determinado, persevere; no se dé al adversario ninguna ocasión 40 y no se le quite a Cristo ninguna oblación. Si se guarda la pureza en el vínculo conyugal, no hay que temer condenación alguna; pero en la continencia vidual y virginal se busca la excelencia de una obligación superior; una vez que se logra, se elige y se ofrece con el debido voto; es digno de condenación no solo el contraer nupcias, sino aun el querer casarse, aunque no se contraiga el matrimonio. Para ponerlo de manifiesto, no dijo el Apóstol: Después que las pasiones las alejan de Cristo, se casan, sino quieren volver a casarse, haciéndose culpables por haber faltado a la primera fe 41. No se casaron, pero querían casarse. Y no es que se condenen las nupcias, aun las de esas tales, sino que se condena el incumplimiento del compromiso. Se condena la violada fe del voto; no se condena la adopción de un bien inferior, sino la caída de un bien superior. Finalmente, se condena a las tales no porque tardaron en aceptar la fe conyugal, sino porque faltaron a la primera fe. El Apóstol, para insinuarlo con brevedad, no quiso decir que quedan condenadas las que se casan después de haber aceptado el compromiso de una superior santidad; y no porque ellas no queden condenadas, sino para que no se creyese que condenaba las mismas nupcias, solo dijo: Quieren volver a casarse, y añade: haciéndose culpables. Y explica por qué: porque faltaron a la primera fe. Así se ve que queda condenada la voluntad que quebrantó el compromiso, ya se sigan, ya falten realmente las bodas.
CAPÍTULO X
La profesión formal de continencia (virginal o viudal) incumplida
no lleva a adulterio ni a matrimonio inválido.
La Iglesia total es virgen para todos los estados de vida
13. Por lo tanto, me parece que los que dicen que las bodas de las tales no son nupcias, sino más bien adulterio, no consideran con bastante agudeza y diligencia lo que dicen; les engaña la apariencia de la verdad. Se dice que por la cristiana santidad rehúsan ellas las bodas y prefieren la unión con Cristo, y de aquí algunos quieren argumentar diciendo: si es adúltera la que se casa con otro viviendo su marido, como el mismo Señor lo definió en el Evangelio 42, vivo está Cristo, ya que la muerte no le dominará 43; luego es adúltera la que se casa con un hombre si había elegido la unión con Cristo. Los que eso dicen parecen agudos, pero no se fijan en el enorme absurdo que se sigue de su argumentación. La mujer que en vida de su marido y de acuerdo con él promete continencia a Cristo 44, no debería hacerlo según la lógica de éstos; haría adúltero al mismo Cristo, aunque es nefando el pensarlo, pues se une con él viviendo su marido; además, puesto que las primeras nupcias son más plausibles que las segundas, las santas viudas podrían pensar que Cristo es como su segundo marido, lo que es absurdo.
Ya antes era Cristo su varón, no carnal, sino espiritualmente, cuando servían sumisa y fielmente a sus maridos 45; porque la Iglesia, de la que ellas son miembros, era cónyuge de Cristo; y esa Iglesia, por la integridad de su fe, esperanza y caridad, es toda entera virgen, no solo en las santas vírgenes, sino también en las viudas y casadas cristianas. A toda la Iglesia, de quien ellas son miembros, se refiere el Apóstol al decir: Os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo como casta virgen 46. Sabe Él hacer fecunda sin corrupción a su virgen esposa, pues en la misma carne pudo su madre engendrarle sin corrupción. Por esa creencia menos considerada, que estima que no son matrimonios los de esas mujeres que se casan quebrantando su santo compromiso, sobreviene un mal no pequeño: las mujeres se separan de sus maridos como si fuesen adúlteras y no esposas. Y así, mientras se pretende separarlas para que guarden continencia, se hace a sus maridos verdaderos adúlteros, pues viviendo sus mujeres se desposan con otras.
CAPÍTULO XI
El voto profesado y quebrantado es subjetivamente peor que el adulterio, pero el matrimonio es bueno
14. No puedo afirmar que cuando esas mujeres quebrantan su más noble compromiso contraen un adulterio y no un matrimonio; pero es indudable que tales caídas y violaciones de la más santa castidad prometida al Señor son peores que el adulterio. Es indubitable que ofende a Cristo uno de sus miembros cuando no guarda fidelidad al marido. Pues ¿cuánto más grave será la ofensa cuando no se le guarda la fidelidad a Él mismo en aquello que Él no exigía antes de prometérselo, pero lo exige una vez prometido? El que no cumple lo que prometió invitado por un consejo y no obligado por un precepto, tanto más aumenta la iniquidad al quebrantar el voto cuanto menos necesidad tenía de pronunciarlo.
Discuto este punto para que no estimes que las segundas nupcias son un mal, o que son un mal las nupcias solo por ser nupcias. No pretendas, pues, condenarlas, sino simplemente dejarlas. El bien de la continencia viudal brilla más cuando al profesarlo y prometerlo desdeñan las mujeres lo que les era lícito y libre. Pero después de profesar ese voto han de frenar y dominar su libertad, porque ya no les es lícito.
CAPÍTULO XII
Bondad (que no más felicidad) de la repetición de nupcias sucesivas
15. Los hombres suelen preguntar por las terceras y cuartas nupcias y aun por otras ulteriores. Responderé brevemente que no me atrevo a condenar cualesquiera nupcias, ni tampoco a suprimir la vergüenza del número. Mas si a alguno le desagrada la brevedad de esta respuesta mía, sepa que estoy pronto a escuchar al discutidor que me reprende. Quizá encuentre alguna razón por la que hayamos de condenar a las terceras nupcias y no a las segundas. Yo, como advertí al principio de esta exposición, no me atrevo a saber más de lo que conviene 47. ¿Quién soy yo para ponerme a definir lo que, según veo, no definió ni siquiera el Apóstol? Dijo simplemente: La mujer está ligada mientras viva su marido, pero no dijo: el primero, el segundo, el tercero o el cuarto. Simplemente: La mujer está ligada mientras viva su marido; si su marido muriere, ella queda libre; cásese con quien quiera, pero en el Señor. Y será más feliz si permanece así 48. No sé qué pueda añadirse o quitarse a la frase por lo que toca a este punto.
Además, oigo que Cristo, Maestro y Señor nuestro y de los Apóstoles, respondió a los saduceos cuando le preguntaron de quién había de ser esposa una mujer que no tuvo un marido o dos, sino siete. Los increpó diciendo: Erráis por no conocer las Escrituras ni el poder de Dios. En la resurrección no se casarán ni tomarán mujer; porque no empezarán a morir, sino que serán iguales a los ángeles de Dios 49. Aludió a la resurrección de aquellos que resucitarán 50 para la vida, no a la de los que resucitarán para la pena. Podía haber dicho: "Erráis por no conocer las Escrituras ni el poder de Dios, pues en aquella resurrección no podrán darse esas mujeres de muchos maridos". Y aun podía haber añadido que ninguna de ellas se casaba. Pero, según vemos, ni siquiera condenó con su propia sentencia a la mujer de tantos maridos. Sin embargo, no me atrevo a decir, porque me lo impide el sentido del pudor humano, que una mujer se case cuantas veces quiera, según vayan muriendo sus maridos; pero tampoco me atrevo a condenar por mi propia opinión, sin la autoridad de la santa Escritura, un número cualquiera de nupcias. Lo que digo a la viuda de un marido, lo digo a toda viuda: "Más feliz serás si permaneces como estás".
CAPÍTULO XIII
A mayor virtud de continencia, mayor bondad de viudez independientemente del número de nupcias y del tiempo viudal
16. Suele preguntarse, y no sin agudeza, que digamos si podemos qué viuda ha de ser preferida por razón de sus méritos: si la que vivió largo tiempo con un solo marido y luego profesó la continencia, una vez que enviudó y dejó sus hijos criados y salvos, o la que en su adolescencia perdió en dos años dos maridos sin tener hijos para su consuelo, y luego hizo voto de continencia y envejeció en esa perseverante santidad. Ejercítense, si pueden, en esto, discutiendo y demostrándonos algo los que aprecian el mérito de las viudas por el número de los maridos y no por las fuerzas para mantener la continencia. Si dicen que la que tuvo un marido ha de anteponerse a la que tuvo dos, deben presentar alguna especial razón o autoridad, no sea que aparezca que anteponen a la virtud del alma no una mayor virtud de alma, sino la felicidad de la carne. Porque pertenece a la felicidad de la carne tanto el vivir largo tiempo con el marido como el engendrar hijos. ¿Qué otra cosa fue el vivir largo tiempo con el marido sino felicidad de la carne?
Se exaltan los méritos de aquella Ana principalmente porque, habiendo perdido tan pronto a su marido, luchó con la carne durante su prolija edad y triunfó. Y así está escrito: Y era Ana la profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, muy avanzada en años; casada en los de su adolescencia, vivió siete con su marido y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día 51. Ya ves cómo se alaba a la santa viuda, no solo porque tuvo un marido, sino también porque, habiendo vivido pocos años con él en su adolescencia, mantuvo en el servicio piadoso la obligación de su continencia viudal hasta una senectud tan avanzada.
CAPÍTULO XIV
La piedad sincera, principal prerrogativa de la viuda santa
17. Pongamos ante nuestra consideración tres viudas, cada una de las cuales tenga parte de lo que Ana tenía junto: pongamos una viuda de un solo marido, pero que carece de la prolongada viudez, porque vivió muchos años con su marido, y que carece también de la piedad afanosa en el servicio con oraciones y ayunos. Pongamos otra que, después de vivir poco tiempo con su primer marido y haber perdido muy pronto al segundo, llega viuda a una avanzada edad, pero que no se entrega tanto al servicio religioso de los ayunos y oraciones. Pongamos, finalmente, una tercera viuda que no solo tuvo dos maridos, sino que vivió con cada uno de ellos o con uno de los dos largo tiempo y quedó viuda en su avanzada edad: si quisiere volver a casarse, podría engendrar hijos, pero profesa la continencia viudal; mas atenta a Dios, se preocupa más de agradarle con sus obras, sirviéndole, lo mismo que Ana, con ayunos y oraciones noche y día 52.
Si discutimos cuál de estas sobresale por sus méritos, ¿quién no verá que hay que adjudicarle la palma en este certamen a la piedad mayor y más ferviente? Asimismo, si ponemos otras tres que tengan dos de estas cualidades, faltándoles una, ¿quién dudará que la mejor será la que en sus dos bienes tenga una más piadosa humildad para que sea más alta su piedad?
Estimulación a Juliana para ser Ana
18. A ninguna de estas seis viudas corresponde tu caso. Si mantienes hasta la senectud ese tu voto, puedes reunir las tres condiciones en las que sobresalió el mérito de Ana. Un marido tuviste, y no vivió durante mucho tiempo contigo en carne mortal. Con tal de que obedezcas al Apóstol, que dice: La que es verdaderamente viuda y desolada, esperó en el Señor y persistió en las oraciones noche y día, y evites con sobria vigilancia lo que sigue: Pero la licenciosa está muerta en vida 53, sin duda que aquellos tres bienes que fueron de Ana serán también tuyos. Tú tienes los hijos, que ella quizá no tuvo. Pero `no mereces alabanza por haberlos tenido, sino porque te afanas en criarlos y educarlos en la piedad. Para que te nacieran bastó la fecundidad: para que vivan tienes felicidad; mas su educación es obra de la voluntad y de la autoridad. En lo primero pueden felicitarte los hombres, en lo segundo deben imitarte. Ana conoció, mediante la ciencia profética, a Cristo en brazos de su madre virgen 54; a ti la gracia evangélica te hizo madre de una virgen de Cristo. Algo ha añadido de su mérito virginal a los méritos de su madre y de su abuela [Proba], esa santa virgen que has consagrado a Cristo, aunque ella lo quiso y lo pidió. Algo tenéis cuando la tenéis a ella; sois en ella lo que no sois en vuestras personas. Para que ella naciera de vosotras hubisteis vosotras de perder la virginidad en el matrimonio.
CAPÍTULO XV
Síntesis epilogal de menciones y omisiones
19. No discutiría aquí sobre los méritos diversos de las casadas y de las distintas viudas si hubieras de leer tan solo tú lo que te escribo a ti. Mas como en esta materia hay algunas cuestiones muy difíciles, he querido poner algo más de lo que te atañe a ti en atención a algunos que, no se tienen por doctos, si no se empeñan en discutir y juzgar los escritos ajenos deshaciéndolos a bocados. Quiero además que tú no te contentes con cumplir lo que prometiste y progreses en tu bien, sino que sepas con mayor diligencia y firmeza que ese bien tuyo no se distingue de las bodas por ser ellas malas, sino porque se antepone a las nupcias con ser ellas buenas. No te seduzcan los que condenan a la viuda que se casa aunque ejercite una admirable y ferviente continencia, absteniéndose de muchas cosas que tú tienes; no te seduzcan hasta el punto de que los imites en sus sentimientos, aunque no puedas imitarlos en sus obras. Nadie quiere ser loco frenético aunque vea que las fuerzas de los frenéticos son superiores a las de los sanos.
Es la doctrina sana principalmente la que ha de ornar y defender la bondad del compromiso. Por eso, la mujer católica, aunque se haya casado muchas veces, ha de anteponerse con justo motivo no solo a las viudas de un solo marido, sino incluso a las vírgenes de los herejes. Hay hartos problemas y hartas perplejidades en esos tres puntos: matrimonio, viudez y virginidad. Para penetrarlos y resolverlos en un estudio son precisos mayor atención y más espacio. Solo así lograremos el conocerlos bien, o, si opinamos cosa diferente, Dios nos iluminará 55. Pero la conclusión que saca el Apóstol es esta: Al punto a que hemos llegado, nos marcará la dirección 56. Por lo que toca al tema que aquí tocamos, hemos llegado a anteponer la continencia al matrimonio, y la santa virginidad a la continencia viudal; hemos aprendido que no hay que condenar, con la alabanza del compromiso nuestro o de los nuestros, ningunas bodas, que no son adulterios, sino bodas. Muchas cosas escribí ya en el libro sobre La bondad del matrimonio, en otro sobre La santa virginidad y en un escrito que compuse con el mayor cuidado que pude, Réplica a Fausto maniqueo, quien con mordacidad reprendía el casto matrimonio de los patriarcas y profetas y había desviado de la fe sana el ánimo de algunos indoctos.
CAPÍTULO XVI
Segundo exordio exhortativo sobre la continencia como gratuito don de Dios
20. En el exordio de este opúsculo propuse y prometí tocar dos puntos necesarios, uno referente a la doctrina y otro a la exhortación. Ya he cumplido la primera parte de la promesa según mis fuerzas. Vengamos a la exhortación, para que amemos con diligencia el bien que ya conocemos con prudencia. Y en primer lugar te amonesto [Juliana] a que atribuyas a beneficio de Dios todo el amor que sientes en ti hacia la piadosa continencia y des gracias a aquel que te ha hecho participar de su Espíritu hasta el punto de que su caridad se difundiera en tu corazón 57, quitándote la libertad en una cosa lícita por el amor de un más alto bien. Dios te concedió que renunciaras a casarte cuando te era lícito, para que ahora no te sea lícito aunque pudieras; ahora se ha garantizado el que ya no puedas, porque harías lo que no es lícito, pues no lo hiciste antes cuando te era lícito; y has merecido tanto siendo viuda de Cristo, que vieses a tu hija virgen de Cristo. Mientras tú oras como Ana, ella es virgen como María. Cuanto mejor conoces que estos son dones de Dios, tanto más feliz eres con esos mismos dones. O mejor, no serías feliz si no conocieras quién te dio lo que tienes. Mira lo que sobre ese punto dijo el Apóstol: No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido 58. Muchos poseen hartos dones de Dios, pero se jactan de ellos con impía vanidad, porque no saben de quién los recibieron. Y nadie es feliz con los dones de Dios si es ingrato con el donante. En los sagrados misterios se nos manda tener en alto el corazón, pero solo podemos realizarlo con la ayuda de aquel que nos amonesta y nos manda. Y para que no nos atribuyamos la gloria de ese bien tan grande que es el tener arriba el corazón, como si lo lográsemos con nuestras fuerzas, nos ordena a continuación dar gracias a Dios nuestro Señor. Y después se nos recuerda que eso es digno y justo. Bien sabes de dónde tomo esas palabras y bien sabes la sanción y santidad con que se recomiendan. Ten, pues, y conserva lo que recibiste y da gracias al dador. Porque, aunque recibir y conservar sea obra tuya, solo tienes lo que recibiste. Al soberbio, que se jactaba con impiedad de lo que tenía como si lo tuviese de propia cosecha, le dice la Verdad por medio del Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido? 59
CAPÍTULO XVII
El don de la gracia no contradice el libre albedrío
21. Me obligan a hacer esas advertencias ciertos tratadillos vitandos y detestandos que por los oídos han empezado a deslizarse en el alma de muchos. Sus autores, hay que decirlo con lágrimas en los ojos, enemigos de la gracia de Cristo 60, pretenden persuadirnos que no nos es necesaria la oración para no caer en la tentación. Quieren exaltar la libertad humana tanto, que con ella sola podamos cumplir lo que nos manda Dios, aunque Él no nos ayude con su gracia. De donde se sigue que en vano dijo el Señor: Vigilad y orad para no caer en tentación 61. Y que en vano digamos todos los días en la misma oración del Padrenuestro: No nos dejes caer en la tentación 62. Si depende de nuestra facultad el no ser superados por la tentación, ¿por qué hemos de orar para no caer en ella? Hagamos más bien lo que corresponde a nuestra libertad y a nuestro omnímodo poder y riámonos del Apóstol, que dice: Fiel es Dios, y no permitirá que seáis tentados más de lo que soportáis 63. Tendríamos que protestar, diciendo: "¿Para qué he de pedir a Dios lo que dejó a mi potestad?".
Dios nos libre de que piense así quien piensa bien. Pidamos, pues, que nos dé Dios lo que nos manda tener. Nos manda que tengamos lo que aún no tenemos para advertirnos de que lo hemos de pedir; así, al ver que podemos cumplir lo que Él nos mandó, entendamos de dónde hemos recibido el poder; no sea que, hinchados y engreídos, ignoremos los dones que Dios nos otorgó 64. No destruimos la libertad humana cuando no negamos con ingrata soberbia, sino que predicamos con agradecida piedad la divina gracia que socorre nuestra libertad. Nuestro es el querer; pero la libertad es despertada para que surja, es sanada para que tenga fuerzas, es ampliada para que tenga capacidad y es llenada para que contenga. Si no tuviésemos querer, no recibiríamos los dones ni los poseeríamos. ¿Quién poseería la continencia, para hablar de ella mejor que de los otros dones de Dios, pues de ella estamos tratando; quién la poseería si no tuviese querer? Nadie la recibiría sino queriendo. Pero si preguntas quién la da, para que nuestra voluntad pueda recibirla y poseerla, escucha a la Escritura, o, mejor, puesto que ya lo conoces, recuerda lo que has leído que nadie puede ser de otro modo continente si Dios no se lo otorgaba, y que eso mismo era ya sabiduría, el saber el origen de esta dádiva 65.
He aquí dos grandes dones, la sabiduría y la continencia; por la sabiduría nos formamos en el conocimiento de Dios, y por la continencia no nos conformamos con este mundo. Y Dios nos manda que seamos sabios y continentes, pues sin esos dones no podemos ser justos ni perfectos. Pero oremos para que el que nos amonesta con su mandato y vocación lo que debemos querer, nos dé con su ayuda e inspiración lo que nos manda. Oremos para que nos conserve lo que ya nos dio y oremos para que supla lo que aún no nos ha dado. Oremos y demos gracias por lo que ya recibimos y confiemos en que hemos de recibir lo que aún no hemos recibido, pues no somos ingratos a lo ya recibido. El que dio a los cristianos casados el abstenerse del adulterio y la fornicación, dio también a las santas vírgenes y viudas el abstenerse de toda unión carnal, virtud que con propiedad se denomina integridad o continencia. ¿O acaso nos da Él la continencia, y tenemos de nuestra cosecha la sabiduría? Entonces, ¿por qué nos dice el apóstol Santiago: Si alguno de vosotros necesita la sabiduría, pídala a Dios, que da a todos en abundancia y sin reproche, y le será otorgada? 66 Pero, con la ayuda de Dios, ya he discutido mucho ese punto en otros de mis opúsculos; y aún lo volveré a tocar, en cuanto Dios me ayude, cuando surja otra oportunidad.
CAPÍTULO XVIII
Hasta la habilidad para exhortar proviene de la gracia
22. He querido tocar ese problema en atención a algunos hermanos muy amigos y queridos míos que se ven envueltos en el error, sin malicia sin duda, pero envueltos. Cuando exhortan a alguien a la justicia y a la piedad estiman que su exhortación carecerá de eficacia si no ponen en el poder del hombre todo eso que negocian con el hombre para que el hombre lo ejecute, con la ayuda del don de Dios, sino tan solo ejercitando la libre voluntad. ¡Como si la voluntad pudiera ser libre para ejecutar la obra buena si no fuese liberada por el don de Dios! No miran que es un don de Dios esa misma facultad que poseen de exhortar para que las voluntades de los hombres se exciten a abrazar la buena vida cuando son indolentes, se inflamen cuando son frías, se corrijan cuando son malas, se conviertan cuando están desviadas y se sosieguen cuando son rebeldes. Solo así pueden persuadir lo que persuaden. Si no ejercen esa influencia las voluntades de los hombres, ¿qué es lo que hacen? ¿Para qué hablan? Déjenlas a su libertad. Pero, si ejercen esa influencia, ¿podrá el hombre con su palabra influir tanto en la voluntad del hombre y no podrá Dios influir nada con su ayuda? Por el contrario, aunque el hombre goce de un extraordinario poder de la palabra, de modo que con su agudeza en el discutir y su suavidad en el decir siembre en la voluntad humana la verdad, nutra la caridad, arranque el error con su doctrina y la indolencia con su exhortación, con todo, ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el incremento 67. En vano lo tramaría todo operario desde el exterior si el Creador no obrase calladamente desde el interior. Espero, pues, que por el mérito de vuestra excelencia irá pronto esta carta a manos de los tales, pues en atención ellos estimé que debía decir algunas cosas. En fin, quiero que tú y cualesquiera otras viudas que esto leyeren u oyeren leer sepáis que, para amar y poseer mejor el don de la continencia, más os aprovechará vuestra oración que mi exhortación; porque, si en algo os ayuda el que yo os dirija estas palabras, todo hay que atribuirlo a la gracia de aquel en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras 68, como está escrito.
CAPÍTULO XIX
Exhortación a la bondad de la viudez de Juliana con entrega interior a Cristo redentor
23. Su aún no hubieses pronunciado el voto de continencia viudal, te exhortaría a pronunciarlo; como ya prometiste, te exhorto a la perseverancia. Pero tengo que decirte algunas cosas para que amen y abracen la continencia algunas que pensaban casarse. Inclinemos, pues, el oído al Apóstol, que dice: La que está soltera se preocupa de las cosas del Señor para ser santa en cuerpo y espíritu; en cambio, la casada se preocupa de las cosas del mundo, cómo ha de agradar al marido 69. No dice: "Se preocupa de las cosas del mundo para no ser santa"; pero ciertamente la santidad conyugal es inferior por esa parte de las preocupaciones con que piensa en el deleite mundano. Esa atención, que hay que poner en las cosas para agradar al marido, debe en cierto modo la soltera cristiana recogerla y reconducirla a la atención con que ha de agradar a Dios. Y mira a quién agrada la que agrada al Señor; tanto más feliz será cuanto más le agrade; en cambio, cuanto más piensa en las cosas del mundo, tanto menos le agrada.
Agradad, pues, con toda la atención al que es más hermoso por su forma que todos los hijos de los hombres; le agradáis por la gracia que tiene, y que se ha derramado en sus labios 70. Agradadle aún con esa parte del pensamiento que había de ocuparse en las cosas del mundo para agrada a un marido. Agradad a aquel que desagradó al mundo para que los que le agradan se libren del mundo. Siendo más hermoso por su forma que todos los hijos de los hombres, le vieron los hombres en la cruz de la pasión: y no tenía belleza ni gracia, sino que estaba abatido su rostro y era deforme su compostura 71. Pero de esta deformidad de vuestro Redentor manó el precio de vuestra hermosura, de vuestra hermosura interior, porque toda la belleza de la hija del rey es interior 72. Agradadle con esa hermosura; componed esa hermosura con estudiado afán y con pensamiento solícito. No ama Él pinturas y falacias; la verdad se deleita con lo verdadero, y Él, si recordáis lo que habéis leído, se llama la Verdad al decir: Yo soy el camino, la verdad y la vida 73. Corred por Él hacia Él; agradadle a Él en lo que es de Él; vivid con Él, en Él y de Él. Con afectos verdaderos y con santa castidad amad el ser amadas por un tal varón.
Ejemplaridad laudable de toda la familia anicia
24. Escuche también esto el oído interior de esa santa virgen, hija tuya [Demetríade]. Cuánto ha de precederte ella en el reino de aquel Rey es otra cuestión. De todos modos, habéis hallado a quien habéis de agradar con la hermosura de la castidad juntas la madre y la hija, desdeñando las bodas, tú las segundas y ella todas. Si ambas tuvieseis maridos a quienes agradar, quizás sentirías rubor de adornarte como tu hija; mas ahora no sientes rubor de hacer obras que os adornen a las dos; porque no es penable, sino glorioso, el que ambas seáis amadas por el mismo varón. Quizá no usaríais ya el blanco, el colorete y las pinturas postizas aunque tuvieseis maridos, estimando ser indigno de ellos el que los engañéis y de vosotras el tener que engañarlos. Ahora agradad juntas. Uníos juntas con sinceridad a aquel Rey que desea la hermosura de su única Esposa 74, cuyos miembros sois vosotras 75. Uníos, tu hija con la integridad virginal, tú con la continencia viudal, y ambas con la hermosura espiritual. En esa hermosura os acompaña también la abuela de la muchacha, suegra tuya [Proba], que, sin duda, es ya muy anciana. Pero mientras la caridad de su vida anterior siga extendiendo hacia adelante el vigor de esa hermosura, no pone en ella arrugas la ancianidad. Con vosotras tenéis a la santa anciana, en familia y en Cristo, para consultarla acerca de la perseverancia, cómo hay que pelear con aquella o en aquella tentación, qué se ha de hacer para vencerla con facilidad, qué defensas hay que procurar para que no vuelva a deslizarse; si llegase el caso, os enseñará, pues el tiempo la ha confirmado en su ciencia; es benévola por el amor, solícita por la piedad y está asegurada por la edad. Tú principalmente consulta en tales casos a la que tiene tanta experiencia. Porque vuestra hija canta aquel cántico que, según el Apocalipsis, no pueden cantar sino las vírgenes 76. La anciana ora por vosotras dos con más solicitud que por sí misma, pero más todavía por la nieta, a quien queda aún mayor espacio de tentaciones que vencer. A ti te ve más cerca de su ancianidad y madre de esa hija; yo estimo que, si vieses casada a la muchacha, aunque eso ya no le es lícito, y Dios le libre de ello, te avergonzarías de dar a luz a la vez que ella. ¿Cuánto te resta de peligrosa edad, pues aún no te llaman abuela, en que puedas ser fecunda al mismo tiempo que tu hija en frutos de buenas obras y pensamiento? Con razón, pues, se preocupa más la abuela por la nieta, como te preocupas tú, que eres su madre, más por ella que por ti; es más excelente lo que ella ha profesado y le queda todo por cumplir, pues acaba de comenzar. Escuche el Señor las preces de la abuela para que seáis obsequiosas con sus méritos, ya que parió la carne de tu marido en su juventud y el corazón de tu hija en su senectud. Juntas y concordes, agradad con vuestras costumbres e instad con vuestras oraciones al Varón de la única Esposa, en cuyo cuerpo vivís con un solo espíritu 77.
CAPÍTULO XX
Concupiscencias mundanas desdeñables por caducas
25. El día pasado no retorna; tras el ayer viene el hoy, y tras el hoy vendrá el mañana. Y pasan todos los tiempos y todo lo temporal para que venga la promesa permanente. Y el que perseverare hasta el fin, ese será salvo 78. Si el mundo ya perece, la casada, ¿para quién da a luz? Si piensa parir con el corazón y no con la carne, ¿para qué se casa? Y si ha de durar el mundo, ¿por qué no se ama más bien al Creador del mundo? Si ya se desvanecen los atractivos seculares, el alma cristiana nada tiene que conquistar con su codicia; y si no se desvanecen, ahí tiene lo que ha de desdeñar con su santidad. En el primer caso, la liviandad ha perdido la esperanza; en el segundo, aumenta la gloria de la caridad. ¿Cuántos son esos años en los que parece resplandecer la flor de la edad carnal? Algunas mujeres, que soñaban o codiciaban con ardor las nupcias, son desdeñadas y postergadas y envejecen de pronto, de manera que ya sienten más pudor que ganas de casarse. Algunas casadas, tras una reciente unión, vieron a sus maridos partir a regiones distantes, y envejecieron esperando su vuelta; quedaron muy pronto como viudas, y ni siquiera lograron en su ancianidad contemplar la vuelta de sus maridos.
Pues si, a pesar de la concupiscencia carnal, se pudo evitar el adulterio o el estupro cuando las esposas eran desdeñadas o postergadas o cuando los maridos peregrinaban, ¿por qué no se podrá evitar un sacrilegio? Si la concupiscencia pudo ser reprimida cuando se inflamaba con la tardanza, ¿por qué no será sofocada cuando se enfría con la amputación? Sin duda, soportan una más ardiente concupiscencia los que no han perdido la esperanza de satisfacerla. En cambio, las que han hecho a Dios voto de castidad suprimen la misma esperanza, que suele fomentar el amor. Por eso se domina con mayor facilidad una concupiscencia que ya no se enciende con ninguna esperanza; sin olvidar que, cuando no oramos para vencer la concupiscencia, se desea con mayor ardor lo ilícito.
CAPÍTULO XXI
Suplan las delicias espirituales a las carnales
26. Ocupen, pues, en la santa castidad las delicias espirituales el lugar de las delicias carnales: la lectura, la oración, los salmos, los buenos pensamientos, la asiduidad en las buenas obras, la esperanza del siglo futuro y el corazón puesto allá arriba; y se den, por todos estos bienes, las acciones de gracias al Padre de las luces, de quien, sin duda alguna, viene todo regalo óptimo y todo don perfecto 79. Porque, si el lugar de las delicias que las casadas tienen con sus maridos lo ocupan otras delicias carnales que sirvan de consuelo, ¿para qué he de decir yo los males que se siguen, cuando el Apóstol dice brevemente que la viuda que vive licenciosamente está muerta? 80Muy lejos de vosotras el sustituir con la codicia de las riquezas la codicia de las nupcias, sustituyendo en vuestro corazón al amor del marido el amor del dinero. Porque, viendo la sociedad humana, con frecuencia experimentamos que en algunos, al disminuir la lascivia, crece la avaricia.
También sucede eso en los sentidos corporales: tienen mejor oído los ciegos, y por el tacto disciernen muchas cosas con mayor vivacidad que los que tienen vista; por donde se entiende que la atención de sentir, que se dirigía hacia una puerta, esto es, hacia los ojos, y la encuentra cerrada, se ejercita en los otros con más pronta agudeza de discernimiento, como si se empeñase en compensar por un lado lo que falta por otro. Del mismo modo, la codicia carnal, cohibida en el deleite sexual, se vierte con mayor ímpetu en el apetito de dinero; como se la rechaza allá, se vuelve acá con más ardiente ímpetu. Enfríese en vosotras el amor a las riquezas juntamente con el amor a las bodas y dirigid el uso piadoso de vuestras posesiones hacia las delicias espirituales, para que vuestra liberalidad se ejerza con mayor fervor en ayudar a los pobres que en enriquecer a los avaros.
Porque el tesoro celeste no recibe los dones de los codiciosos, sino las limosnas de los pobres, que en inconmensurable medida ayudan a las oraciones de las viudas. Si los ayunos y vigilias, en cuanto no dañen a la salud, se conciertan con la oración y salmodia, con la lectura y la meditación en la ley del Señor, esas mismas obras que parecen laboriosas se convierten en espirituales delicias. Porque de ninguna manera es fatigoso el trabajo de los que aman, sino que deleita, como acontece a los que cazan, ponen redes, pescan, vendimian, negocian o se deleitan en cualesquiera juegos. Importa, pues, mucho lo que se ha de amar. Porque en lo que se ama, o no se trabaja o se ama el trabajo. Mira cuán vergonzoso y doloroso ha de ser el que se ame el trabajo de cazar una fiera, el de llenar una copa o un fardel, el de lanzar una pelota, y no se ame el trabajo de conquistar a Dios.
CAPÍTULO XXII
Hay que procurar tener buena reputación
27. En todas esas espirituales delicias de que disfrutan las solteras debe también ser cauto su trato, no sea que sin tener mala vida por lascivia tengan mala fama por abandono. No hay que escuchar a aquellos, varones o mujeres, que son reprendidos en algún punto por su incuria, por la que hacen concebir alguna sospecha, y contestan que su conciencia les basta delante de Dios, desdeñando la opinión de los hombres no solo con temeridad, sino también con crueldad. Dan muerte al alma de los otros, ya porque éstos blasfeman contra el camino del Señor cuando, según sus sospechas, les parece torpe la vida de los santos que es casta, ya porque otros los imitan excusándose, no con lo que ven, pero sí con lo que sospechan. Por lo tanto, el que guarda su vida de las acusaciones de torpeza y de maldad, obra bien para sí; y quien además guarda su reputación, es también misericordioso para los otros. Nosotros tenemos necesidad de nuestra vida, pero los demás la tienen de nuestra fama; y en verdad que, al proveer con misericordia a la salud de los otros, trabajamos por nuestra utilidad también.
Por eso no dijo en vano el Apóstol: Procuramos hacer el bien no solo delante de Dios, sino también delante de los hombres 81. Dice asimismo: Agradad a todos en todo, como procuro yo agradar a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de todos, para que se salven 82. Y en otra exhortación insiste: Por lo demás, hermanos, atended a cuanto haya de verdadero, de honorable, de justo, de puro, de amable, de virtuoso, de digno de alabanza; a eso estad atentos, y practicad lo que habéis aprendido y recibido y habéis oído y visto en mí 83. Ya ves cómo, entre otras muchas cosas que cita en su exhortación, no descuida poner lo digno de alabanza. En dos palabras encierra todo al decir: virtud y alabanza. Porque a la virtud pertenecen los bienes que antes mencioné, mientras que la fama se refiere a la alabanza.
Estimo que no tenía en mucho el Apóstol la alabanza de los hombres cuando nos dice en otro lugar:En cuanto a mí, muy poco me da de ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano 84. Y en otro lugar dice: Si tratase de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo 85. Y también: Porque mi gloria es ésta, el testimonio de mi conciencia 86.
Retenía esos dos bienes: la buena vida y la buena fama, o para ser más breve, la virtud y la alabanza; lo uno con sabiduría, en atención a su propia persona, y lo otro con misericordia, en atención a los demás. Pero aun la mayor cautela no podrá evitar del todo las malas sospechas; por eso, una vez que hemos trabajado lo que hemos podido por mantener nuestra reputación, si todavía quedan algunos que se empeñan en difamarnos fingiendo o creyendo el mal, nos queda el consuelo de nuestra conciencia y también el gozo de que nuestro galardón será grande en el cielo, puesto que los hombres hablan harto mal de nosotros mientras vivimos piadosa y justamente 87. Ese galardón es como el estipendio de los que pelean con las armas de la justicia no solo a la derecha, sino también a la izquierda; es decir, con gloria o ignominia, con mala o buena fama 88.
CAPÍTULO XXIII
Perseverancia y exhortación a la vida consagrada en viudez y virginidad
28. Seguid, pues, [viudas y vírgenes] vuestra carrera y perseverad corriendo hasta la meta; y con el ejemplo de vuestra vida y con la palabra de vuestra exhortación arrastrad en vuestra carrera a cuantas podáis. No os aparte de vuestro afán, con el que invitáis a muchas a que os imiten, esa queja de los frívolos que dicen: "¿Cómo subsistiría el género humano si todos fuesen continentes?". ¡Como si este siglo no se retardase para que se cubra el número de los santos predestinados! Una vez cubierto, no se diferirá el término del siglo. Tampoco os entibie ese afán de persuadir a otras a abrazar vuestro bien aunque se os diga: "Siendo buenas las nupcias, ¿cómo serán buenas en el cuerpo de Cristo todas las cosas, las mayores y las menores, si todos se dejan arrastrar por la alabanza y el amor de la continencia?".
En primer lugar, porque, aunque os esforcéis para que todas sean continentes, siempre lo serán muy pocas. En efecto, no todos comprenden esta palabra, sino que, como está escrito, el que pueda entender, entienda 89. Entenderán las que puedan, si esto se pregona aun a las que no entienden. En segundo lugar, no debemos temer que por ventura lo entiendan todas, y entonces falte en el cuerpo de Cristo alguno de los bienes menores, esto es, la vida conyugal. Porque, si todas lo entendieren y todas abrazaren la continencia, deberemos creer que eso mismo estaba predestinado, de modo que los bienes conyugales habrán satisfecho ya el número de sus miembros, pues en tanta cantidad han pasado ya de esta vida a la otra. Porque, si ahora todas fuesen continentes, no por eso se dará el honor de las continentes a las que ya guardaron en el granero del Señor su fruto de treinta 90, si por ese número hemos de entender el bien conyugal. Esos diferentes bienes tendrán allí su propio lugar, aunque en adelante ninguna mujer quiera casarse o ningún varón quiera tomar mujer. No temáis, pues, insistir con todas vuestras fuerzas para que las otras sean lo que sois vosotras. Y orad con vigilancia y fervor para que, con ayuda de la diestra del Excelso y con la abundancia de la misericordiosa gracia del Señor, perseveréis en lo que sois y progreséis hacia lo que seréis.
Recomendaciones finales al trío comunitario de iglesia doméstica
29. En fin, os ruego, por aquel de quien recibisteis ese don y esperáis el premio de tal don, que os acordéis de inscribirme a mí en vuestras oraciones con toda vuestra iglesia doméstica. Oportunamente hube de escribir a vuestra madre, ya anciana, una epístola acerca de la oración. A ella toca en primer lugar el luchar por vosotras en la oración, pues tiene ya menos preocupación por sí misma que por vosotras; en cambio, este opúsculo sobre la continencia viudal debí escribirlo para ti [Juliana] más bien que para ella, pues tú tienes todavía que superar lo que la anciana ya superó. En fin, si esa vuestra hija y santa virgen [Demetríade] desea alguno de mis trabajos acerca de su profesión, ahí tiene para leer un libro mío grande sobre La santa virginidad. Te había aconsejado que lo leyeras también tú, porque contiene muchas cosas necesarias a ambos géneros de castidad, virginal y viudal; aquí he tocado levemente algunos puntos y otros los pasé por alto porque allí disputé largamente sobre ellos. ¡Que perseveres en la gracia de Cristo!


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